LA PRESENCIA CRECIENTE DE LOS TRASTORNOS PSICOLÓGICOS EN NUESTRA SOCIEDAD. CAUSAS Y SOLUCIONES

14 May 2007

Recientemente la redacción de Infocop recibió una solicitud de los responsables de la revista Profesiones, publicada por Unión Profesional, solicitando un artículo de algún psicólogo experto ligado al Consejo, que pudiera ofrecer una breve panorámica sobre las causas del constante incremento de los problemas de salud mental en la actualidad. Este artículo será publicado en la revista Profesiones, en su número de mayo/junio, y se recoge hoy en Infocop Online, para todos aquellos lectores interesados en el tema. Desde aquí deseamos agradecer a Unión Profesional el permiso concedido para la publicación íntegra de este artículo en nuestras páginas. 

José R. Fernández Hermida y Marino Pérez Álvarez

Universidad de Oviedo

No cabe duda que los trastornos psicológicos o mentales se han convertido en un problema importante de salud pública. Según la recientemente publicada Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud del Ministerio de Sanidad y Consumo: «Los trastornos mentales en conjunto constituyen la causa más frecuente de carga de enfermedad en Europa, por delante de las enfermedades cardiovasculares y del cáncer» (pag. 9). Si nos atenemos a las cifras, en ese mismo documento se dice que algo más de un 15% de la población padecerá un trastorno mental a lo largo de su vida, y en un avance reciente de la Encuesta Nacional de Salud 2006, dado a conocer por el Ministerio, se afirma que un 14,7% padece depresión, ansiedad u otros trastornos mentales.

 

Las cifras son elocuentes y hablan de un problema de gran calado social, económico y sanitario. Ante esta situación cabe preguntarse si siempre han estado ahí los trastornos psicológicos y mentales, y no los veíamos, o si su número y virulencia han aumentado recientemente. Contestar esta pregunta no es un asunto sencillo.

Lo primero que hay que decir es que el número y tipo de los trastornos mentales ha variado en el tiempo. En la época en que comienza nuestra sociedad moderna e industrial, a finales del siglo XIX y principios del XX, la impresión global sobre la evolución de las enfermedades mentales pudiera ser, en cierta medida, confusa, y en algunos casos, la inversa a la que tenemos hoy. Es verdad que en aquel momento empiezan a dibujarse claramente los perfiles de los trastornos que tenemos hoy en día, pero también es cierto que muchos de los enfermos que atestaban los manicomios dejaron de padecer trastornos «mentales» para pasar a tener problemas médicos de diferente índole (neurológica, infecciosa, endocrina, etc.). La disminución de estas supuestas enfermedades psiquiátricas o psicológicas se compensaba con el añadido de las diferentes formas de las anteriormente llamadas «neurosis» y de otros muchos trastornos que han ido engrosando las clasificaciones psicopatológicas. Hoy sabemos que el saldo resultante es claramente favorable a la existencia de los trastornos psicológicos y mentales, sin etiología médica, que parecen estar aquí para quedarse e, incluso para multiplicarse, si nos atenemos a la historia reciente.

Las razones de esta evolución histórica están fundamentalmente relacionadas con las propias causas de los trastornos psicológicos o mentales. Uno de los autores de este artículo, Marino Pérez, ha escrito extensamente sobre las causas de los trastornos psicológicos, inspirándose en las cuatro causas aristotélicas: la material (en este caso, de que están hechos los trastornos psicológicos), la formal (cómo se forman), la eficiente (quién o qué los hace) y la final (para qué sirven). Nos apoyaremos en esa clasificación para tratar de explicar, con la brevedad necesaria al espacio concedido, la evolución creciente de este problema sanitario.

El material con el que se «hacen» los trastornos psicológicos es la conducta humana desadaptada. De manera sobre-simplificada, se puede afirmar que un sujeto tiene un trastorno si su comportamiento es considerado desadaptativo, disfuncional o anómalo por él mismo y/o los demás. Los trastornos mentales o psicológicos no «están hechos» de problemas orgánicos sino de conductas problemáticas indicativas del fracaso de la persona para adaptarse a un medio percibido como conflictivo u hostil. Según esta noción, no es extraño que los «trastornos» cambien de acuerdo con la continua modificación de los retos o desafíos frente a los que se sitúan las personas. Así, según cambian las exigencias y demandas sociales, también variarán la frecuencia y tipos de trastornos psicológicos que nos encontremos. Un ejemplo claro de esta ecuación viene dado por los trastornos alimentarios en las sociedades occidentales. En la medida en que ha aumentado la oferta y la publicidad de comida sabrosa, abundante y barata, junto con la exigencia de un patrón de belleza de extrema delgadez, ha aumentado constante y significativamente el número de personas que exhiben «conductas desadaptadas» en ese ámbito, tales como los patrones de comportamiento anoréxico y bulímico.

Sin embargo, no siempre es fácil señalar lo que es o no «desadaptado». Influyen en su determinación múltiples realidades, creencias, actitudes y valores de naturaleza fundamentalmente social que están en constante mutación. Ante esta realidad, los psicopatólogos toman decisiones por consenso que definen lo que es o no anormal, permitiendo un constante ir y venir de las categorías diagnósticas. Hay más trastornos que vienen que los que se van (alguno se ha ido como la homosexualidad) con lo que la inflación diagnóstica no para de crecer. Y a mayor inflación diagnóstica le corresponde un mayor número y tipo de casos «diagnosticados».

De forma simplificada, puede decirse que los trastornos se forman (causa formal) en la persona, a través de la relación que mantiene desde que nace con el mundo y los demás que la rodean, pero también son modelados (formados) por la sociedad que los define. Hay una creciente comercialización de la infelicidad cotidiana que requiere para sus propósitos que se definan como enfermedades, lo que no son más que «problemas de la vida». La «formación» de «nuevos trastornos» asentados sobre emociones humanas tan comunes (y casi nunca patológicas) como la tristeza, el miedo, la timidez, la intranquilidad, la ansiedad, el estrés, etc., puede incrementar notablemente la nómina de nuevos «enfermos» que engrosen las filas de los «asistidos» por los Servicios de Salud Mental. Valgan como ejemplos todo lo que se ha escrito sobre el uso del Prozac para ser feliz o la utilización creciente de anfetaminas para tratar la «hiperactividad» en niños que «molestan» a sus padres.

Qué y quiénes hacen posible esta situación (causa eficiente) es asunto de gran calado. Algo se ha dejado traslucir en lo que se ha dicho hasta ahora. Es evidente que los profesionales (médicos y psicólogos) tienen un papel esencial en definir y detectar los trastornos psicológicos y mentales que tiene la población. Resulta también evidente y destacable el interés de la industria farmacéutica para que tal epidemia esté bien detectada y tratada con los remedios que fabrican. Hay muchos libros que hablan sobre ello. Sin embargo, no es posible seguir mucho tiempo por la «senda comercial» sin que el sistema se rompa. Tal y como ha reconocido un reciente informe de la London School of Economics, a pesar del incremento constante en el gasto farmacéutico (por ejemplo, en España se ha triplicado el gasto en antidepresivos en una década), hay una gran parte de la población afectada que no recibe un tratamiento adecuado. Es muy posible que la inflación diagnóstica, la adopción de la estrategia farmacológica como única solución y una política de gasto muy centrada en esta solución estén configurando un panorama en el que aquellos que más necesitan atención recibirán cada vez menos y de menor calidad. Ese panorama, que en gran parte ya es el de hoy en día, puede llevar al incremento de los «enfermos crónicos» que nunca pueden salir del sistema asistencial, y que, en consecuencia, incrementan las listas de personas con trastornos psicológicos o mentales.

 

Respecto a la cuarta causa (la causa final), aunque pareciera que los trastornos psicológicos o mentales no sirven para nada (más que para crear problemas), lo cierto es que tienen sentido en la vida de la persona. Si se escucha a las personas se vería que sus problemas tienen sentido en las circunstancias de su vida, no son meros síntomas de supuestos desequilibrios bioquímicos.

No es fácil dar soluciones para mejorar el panorama. De forma telegráfica se podría decir que corre prisa reflexionar sobre lo que sucede. No hay soluciones mágicas. No creemos que la solución pase por que la Administración «enloquezca» y cree más y más centros de asistencia. Aquí debe imperar la cautela de quien sabe que la oferta puede crear más demanda, y no siempre justificada, como se está viendo. Es necesario educar y prevenir, más de lo que se está haciendo, para evitar el desarrollo de hábitos nocivos entre los niños y los jóvenes. Es también conveniente que esa educación y prevención se dirija al conjunto de la sociedad para fomentar el conocimiento y la responsabilidad de los ciudadanos en el control de su salud. Sería especialmente necesario que los medios de comunicación (y los mismos profesionales) se impusieran especiales controles éticos que imposibilitasen mensajes engañosos cuya finalidad básica no es el bienestar de los individuos. Por último, podría resultar imprescindible que las estrategias terapéuticas que se apliquen se basen más en las pruebas científicas y menos en el marketing y en la manipulación de las necesidades de las personas.

Todas estas recomendaciones no son un programa. Es más, una vez releídas parecen bastante idealistas. Sin embargo, no hay solución sin conocer la naturaleza del problema con el que nos enfrentamos. Ese ha sido el principal interés de este breve artículo. Esperemos haber contribuido a ello.

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