USOS Y ABUSOS DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

27 Ene 2006

J.L. Zaccagnini, es Profesor Titular de Psicología Básica de la Universidad de Málaga. Conocido por sus publicaciones relacionadas, entre otros temas, con Inteligencia Artificial, Ingeniería del Conocimiento, Psicología Cognitiva, Función Ejecutiva y Psicología Positiva, participa hoy, 27 de enero, en las VIII Jornadas de la Sociedad Española para la Investigación de las Diferencias Individuales (SEIDI), que se celebran en Madrid; y en el I Congreso Internacional Multidisciplinar sobre Trastornos por Déficit de Atención y Trastornos de la Conducta que se celebra, también hoy en Madrid.

                                   J.L. Zaccagnini

                                   Universidad de Málaga

 

Como hoy en día mucha gente conoce, la etiqueta «Inteligencia Emocional» fue acuñada por P. Salovey y J. D. Mayer en 1990, en el contexto de un trabajo sobre Psicología Educativa, para referirse a un tipo de habilidad de gestión de las emociones que distinguía a niños que, pese a no tener un cociente intelectual (CI) muy elevado, alcanzaban niveles de excelencia académica y de relaciones sociales superiores a los de otros compañeros de CI más elevado.

El argumento que sostenían era que para tener éxito en el medio escolar, ya no bastaba con tener buenas habilidades cognitivas, tal como las que miden las clásicas pruebas de CI, sino que se necesitaban habilidades de «gestión emocional» orientadas tanto al manejo de la propias emociones, como al manejo de las emociones de los demás. La importancia que al parecer habían cobrado estas habilidades emocionales era tal, que incluso resultaban más importantes de cara al expediente que el propio nivel de conocimiento académico. Poco tiempo después, estos autores elaboraron con más precisión el concepto de «Inteligencia Emocional» (Mayer y Salovey, en 1997), definiéndolo como una «habilidad de gestión de los estados emocionales» que incluye su «percepción», «comprensión», «manejo» y «utilización constructiva».

Previamente a esta conceptualización, habían existido antecedentes de la idea de tener en cuenta las habilidades emocionales en la definición de un concepto amplio de inteligencia (p.e. Garner, 1983), asignándoles otros nombres que no habían tenido demasiado eco. Sin embargo, en 1995 un psicólogo periodista, D. Goleman, utiliza la etiqueta «Inteligencia Emocional» como título de un libro de divulgación que publica en ese mismo año. En el libro, el autor mezcla una heterogénea colección de investigaciones de diversos campos, que van desde la neuropsicología a la Psicología del Trabajo, pasando por la Psicología de la Personalidad, la Psicología Infantil y la Psicología Social. Según este autor, esos trabajos confluyen, de una u otra forma, en la idea de que la gestión de las emociones es muy relevante para orientar eficazmente el comportamiento en la vida cotidiana. Aunque la obra resulta relativamente difícil de leer, dada su magnitud y heterogeneidad de conceptos, se convirtió casi inmediatamente en un gran «best-seller» de enorme éxito comercial.

A partir de ese momento, el uso y el abuso del concepto de «Inteligencia Emocional» -que denominaremos IE a partir de ahora – se ha generalizado, tanto en el ámbito académico como en los textos de divulgación psicológica y auto-ayuda. Esto ha dado lugar a un uso extensivo y abusivo del concepto, a cargo de todo tipo de autores que han intentado apuntarse automáticamente a la moda de la IE, de manera que, a partir de finales de los años 90, han proliferado los textos que hablan de las emociones y que hacen referencia a la IE. Sin embargo, si se analiza toda esa amplia cantidad de textos que utilizan la etiqueta IE en el título y/o en el desarrollo de sus contenidos, comprobaremos que lo único que tienen en común todos ellos es, precisamente, que dicen reivindicar las emociones como algo relevante. Es decir, la mayoría de esos textos se suman a la «moda» de lo emocional, señalando que es importante tener en cuenta los estados emocionales, propios y ajenos, de cara al desarrollo de nuestro comportamiento cotidiano.

El problema es que, cuando intentamos averiguar qué es exactamente lo que hay que hacer con las emociones para mejorar nuestra vida, entonces nos encontramos con que una gran mayoría de esas propuestas, o bien no terminan de clarificar qué o cómo se hace eso, o bien ofrecen ideas que no son nuevas en absoluto, ya que ofrecen modelos anteriores, basados en mecanismos psicológicos no emocionales en los que, eso sí, se ha introducido la etiqueta IE con el fin de actualizarlos.

Por tanto, tenemos que concluir que la genuina línea de trabajo en IE, la que realmente supone una aportación nueva, es la que parte de la idea que originalmente desarrollaron Salovey y Mayer, y que posteriormente ha sufrido variaciones y aportaciones de esos autores y de otros asociados a ellos. Esa será, por tanto, la versión a considerar genuinamente como IE.

En su formulación actual, siguiendo la línea indicada, la IE se plantea como un conjunto de habilidades que nos permiten realizar eficientemente las siguientes tareas :

    1. Percibir adecuadamente los estados emocionales, asumiéndolos como tales y expresándolos adecuadamente.

    2. Comprender correctamente la naturaleza de esos estados emocionales.

    3. Regular esos estados emocionales, impidiendo sus efectos negativos y aprovechando sus aspectos positivos.

    4. Ser capaces de hacer lo mismo con los estados emocionales de los que nos rodean.

Cabe preguntarse por qué surge ahora la «moda» de lo «emocional», que parece inaugurar la IE y que viene durando algo más de 10 años. Al igual que ocurrió con la moda «conductual» y la «cognitiva», siempre hay quien desprecia las «modas» en Psicología. Sin embargo, las «modas», con frecuencia acaban imponiéndose, quizás porque responden a demandas reales del contexto. Tal y como ya he argumentado en otro lugar (Zaccagnini,2004) lo que está de moda ahora no son las emociones, que siempre han existido, ni su importancia en la elaboración del comportamiento, que siempre ha sido reconocida, sino un cambio en la forma de interpretarlas. Históricamente, las emociones han sido consideradas como dimensiones psicológicas «negativas» que se debían reprimir, eliminar o desfogar (véase cuadro). Ahora, sin embargo, se plantea la posibilidad de verlas en positivo y aprovecharlas para orientar el comportamiento.

 

Época

Qué son las emociones…

Qué hay que hacer con ellas….

LA GRECIA CLÁSICA

 Inpulsos inescapables (pasiones) puestos en el alma humana por los dioses para gobernar (caprichosamente) el comportamiento de los mortales.

 Lo único que se puede hacer es sufrirlas pasivamente. Por tanto solo cabe aceptar las consecuencioas, tanto para bien como para mal.

LA EDAD MEDIA

 Impulsos negativos (tentaciones) con los que el «Mundo» el «Demonio» y la «Carne» tratan de alejarnos del recto camino que vá al «Cielo».

 Resistir y vencer las tentaciones, o confesar el pecado y hacer penitencia, en caso de sucumbir a ellas. Al objeto de ganarse el «Cielo»

LA MODERNIDAD

 Impulsos irracionales (sesgos) que nos pueden apartar del camno lógico y correcto que señala la razón pura.

 Reprimirlas, o esperar para desfogarlas en contextos íntimos o inocuos tales como las relaciones personales o el ocio.

LA POSMODERNIDAD»

 Estados psicológiocs (información) debidos a la interaccion de los pensamientos y los sentimientos que nos produce la interacción con el medio en que vivimos.

 Utilizar esa información para comprendernos mejor a nosotros mismos y a los demás, mejorando así nuestra calidad de vida y la de los que nos rodean.

 

Este es, por tanto, el sentido de la moda de lo emocional y el interés de la IE. Se trata de intentar, por primera vez en la historia de la Psicología, de utilizar las emociones en positivo. A su vez, tal como hemos argumentado en otro lugar (Zaccagnini, 2002), esto responde al desarrollo de las sociedades democráticas occidentales donde la cultura democrática supone una reducción de los controles externos, que debe ser balanceada con un aumento del propio control emocional de los ciudadanos. Basta echar una ojeada a la prensa diaria para comprobar la urgente necesidad de aumentar las capacidades de autocontrol emocional de los jóvenes, los políticos, los conductores, los maltratadores, etc.

Finalmente, cabe señalar que, recientemente, ha aparecido toda una nueva perspectiva psicológica, La Psicología Positiva (Seligman, 2000, 2003), que se orienta precisamente en la dirección de investigar las emociones en positivo y, muy especialmente, la emoción positiva por antonomasia, es decir, la felicidad.

 

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